Modificando el Proceso de Toma de Decisiones
El proceso de toma de decisiones es fundamental en casi todos los aspectos de nuestras vidas: debemos decidir qué comer, si hacer ejercicio, qué comprar, en qué relaciones involucrarnos, donde vivir, qué carrera seguir y también si es conveniente revertir una decisión previa y cambiar de empleo o terminar una relación. La indecisión es característica de la depresión; a menudo, los individuos suelen postergar actividades importantes porque no pueden decidirse y porque temen que luego, en caso de tomar una determinación incorrecta, los inunde una catarata de pensamientos autocríticos. Con frecuencia, el paciente con ansiedad decide evitar aquellas situaciones que puedan incomodarlo, por cuanto lo inquieta la posibilidad de sufrir un ataque de pánico, de contagiarse alguna enfermedad, de quedar como un tonto o de enfrentar un riesgo de vida. Es bastante habitual que exagere la intensidad y duración de un potencial resultado, y que más adelante se dé cuenta de que las cosas salieron mejor de lo esperado. Las personas con problemas de adicción a distintas sustancias confrontan ciertas decisiones, como por ejemplo, elegir entre beber otro trago o inyectarse una droga ilegal, enfocándose así en sus sentimientos y sensaciones a corto plazo más que en las consecuencias a largo plazo.
Examinaremos una serie de problemas que pueden dificultar este proceso, y repasaremos las técnicas y estrategias diseñadas para ayudar a los pacientes a tomar determinaciones más adaptativas. Los modelos clásicos se han focalizado tradicionalmente en la “utilidad”—es decir, en las ventajas (o desventajas) asociadas con alternativas específicas. A menudo, estos modelos se basan en ciertos supuestos (que pueden ser incorrectos) sobre la persona que toma la decisión, como por ejemplo, que cuenta con toda la información pertinente, que la analiza de manera racional, que no da preferencia sólo a información reciente o destacada por sobre otras fuentes, que ignora las decisiones previas, enfocándose en la utilidad futura, que no se deja guiar por sus emociones y que es consecuente con sus preferencias. No obstante, las investigaciones al respecto han demostrado que cada una de estas suposiciones es falsa. Como resultado, las decisiones pueden conducirnos en la dirección equivocada, intensificando aún más el grado de depresión y de ansiedad.
En oposición al “modelo normativo”, en el que el sujeto toma sus decisiones con racionalidad, sopesando costos y beneficios, y utilizando únicamente información relevante, las evidencias disponibles hoy día indican que los individuos emplean la “regla del pulgar” a la hora de tomar resoluciones. Ello les permite decidir con mayor rapidez, sin tener en cuenta las tasas base ni recurrir a la comparación por pares. La regla de “satisfacción” es un ejemplo de heurística: es decir, “Seguiré buscando hasta encontrar una alternativa que simplemente satisfaga mi deseo, sin intentar optimizar el resultado o llegar a la mejor decisión.” Por ejemplo, voy a almorzar a un restaurante, pero me apremia el tiempo, ya que debo regresar enseguida a la oficina para una cita. Cuando me entregan la carta, veo que puedo realizar una comparación por pares de 100 entradas, aperitivos y ensaladas. ¿Qué estrategia podría usar para decidirme? “Escojo algún plato que ya conozco y que es ‘bastante rico’ ” (regla del pulgar). También podría emplear la regla del “primero”—es decir, “El primer plato que satisfaga este criterio será lo suficientemente bueno.” Opcionalmente, y sin que ello constituya atajo alguno, podría preguntarle al mozo los pros y los contras de cada plato, y pedirle que él los compare. Como en este caso el tiempo urge, elijo el primero que me satisfaga (Simon, 1979). Ahora, si bien es cierto que podría existir una opción mucho mejor—que seguramente encontraría si pudiera seguir buscando—también es cierto que el tiempo es valioso y por eso me conformo con escoger algo que me gusta. Una búsqueda continua conlleva ciertos “costos”—en este caso, menos tiempo para comer, frustración y, personalmente, no me gusta realizar comparaciones por pares entre ensaladas y stroganoff. No obstante, como corolario, quizás tenga un sesgo confirmatorio—sólo intento hallar alternativas que confirmen mi creencia original. Por ejemplo, si creo que soy un perdedor, dejo de buscar evidencias que refuten esta creencia en cuanto encuentro el primer indicio de fracaso, el cual me basta para seguir aferrado a ella.
La “aversión a la pérdida” es otra heurística—es decir, sufro mis pérdidas más de lo que disfruto mis ganancias. Así, una pérdida de $1.000.- es más grave que una ganancia de $1.000. La teoría de los prospectos o prospectiva de Kahneman y Tversky’s (1979) propone que el modo en que se enmarcan o analizan las alternativas— por ejemplo, como pérdidas o ganancias—puede violar la teoría de la utilidad esperada, generando decisiones irracionales. Por ejemplo, cuando analizan las siguientes disyuntivas—“50% de probabilidades de perder $1.000 contra una ganancia segura de $500”—los individuos eligen la primer opción “más riesgosa”, a pesar que la utilidad esperada de ambas alternativas es la misma ($500). El “efecto legado” o aversión a la desposesión, refleja la tendencia a darle más valor a algo por lo que ya hemos pagado o que ya poseemos—es decir, “Le doy más valor a lo que tengo simplemente porque lo tengo.” Así, los inversionistas exigirán un precio más alto por sus acciones del que ellos mismos estarían dispuestos a pagar si jamás las hubieran comprado (Thaler, 1992). Como resultado, las personas dudan a la hora de renunciar a lo que tienen o de realizar un cambio—lo cual es característico de la indecisión depresiva. Este efecto está conceptualmente vinculado al “costo hundido” que será descripto más adelante en este mismo capítulo (y también en otros, véase Leahy, 2000). Como las personas sobrevalúan sus posesiones (o decisiones), son propensas a “cabalgar (o soportar) las pérdidas”— ya sea que se trate de una inversión en acciones, una relación o una opinión.
A menudo, cuando estimamos un riesgo, nos focalizamos únicamente en información reciente y destacada. Por ejemplo, si nos enteramos de una nueva tragedia aérea—que es una noticia digna de mención porque aparece en los periódicos y en la página principal de algún nuevo sitio web—generalmente sobreestimamos la probabilidad de un nuevo accidente. Con frecuencia, ignoramos la información de referencia abstracta—es decir, el porcentaje de aviones que despegan y aterrizan a diario sin inconvenientes— y nos enfocamos más en aquellos datos que activan imágenes visuales intensas, que parecen concretos, y a los que nuestras consciencias pueden acceder fácilmente (Kahneman, 1995; Tversky & Kahne man, 1974, 1979).
Este hallazgo es muy significativo, en especial para los pacientes con trastorno de ansiedad generalizada (TAG), quienes se ponen sumamente nerviosos cuando toman conocimiento de una nueva tragedia aérea muy difundida (“Pienso que volar no es seguro porque ayer se produjo un accidente”). Cuando un paciente hipocondríaco navega en la web buscando datos sobre todos los posibles “síntomas” de cáncer, la información que obtiene y la enfermedad misma le resultan más accesibles que las tasas base abstractas y poco convincentes que casi nunca examina. Por último, la excitación emocional afecta la sensación de riesgo, de forma tal que el aumento de la ansiedad (mediante inducción del ánimo) podría incrementar las estimaciones de peligro en otras áreas (Finucane y col., 2000; Slovic, 2000). Una vez activada, la ansiedad sirve como catalizador principal de la percepción de un posible riesgo. Los terapistas cognitivos (quienes considerarían que este es un ejemplo de “razonamiento emocional”) tienen razón en afirmar que podemos usar nuestras propias emociones para estimar una amenaza externa. Esta heurística emocional—y la consecuente percepción del riesgo o escasez de recursos—es uno de los elementos fundamentales del proceso de toma de decisiones y de la percepción de alternativas en casos de depresión y de distintos tipos de trastornos de ansiedad. El paciente depresivo o ansioso ve riesgo en todas partes.
He propuesto un modelo de evaluación de riesgos en el proceso de toma de decisiones, que se basa en la premisa que la tolerancia al riesgo es variable entre los distintos individuos y que estas diferencias están fundamentadas en creencias sobre numerosos factores que pueden influir en la exposición, probabilidad, recuperación y manejo del riesgo (Leahy, 1997, 1999, 2001a, 2003). Las personas propensas a la depresión y ansiedad sienten una especial aversión al riesgo, por creer que: (a) tienen pocos recursos para emplear tanto en el presente como en el futuro, (b) su horizonte temporal (o expectativa de ganancia positiva) es breve, (c) sufren las pérdidas, (d) no se sienten capaces de repetir o replicar la conducta necesaria para alcanzar una meta (Hawley, Ho, Zuroff, & Blatt, 2006), (e) no disfrutan sus logros, (f) son proclives a arrepentirse, y (g) no confían en su propio juicio. Como resultado, tienden a “manejar el riesgo” del siguiente modo: buscan mucha información y reconfirmación, suelen renunciar antes de tiempo (se alejan), consideran que las ganancias son anormales, tardan mucho en decidirse y dedican gran parte de su tiempo a hallar signos de peligro o riesgo (Leahy, 1997, 1999, 2001a, 2003). Por ejemplo, el individuo depresivo que está analizando si “asumir el riesgo” de ir a una fiesta para conocer gente nueva, quizás cree que tiene poco que ofrecer en una relación, que el costo de ser rechazado será muy alto, que se arrepentirá de su decisión, que tardará un largo tiempo en recuperarse, y que si no logra interactuar con las demás personas, bien puede darse por vencido. Necesita certidumbre y seguridad para tomar la decisión. Tiene aversión al riesgo. En cambio, una persona con más confianza en sí misma cree que tiene mucho para ganar asistiendo a una fiesta, ve muchas oportunidades de interacciones futuras con gente valiosa, y piensa que ser “rechazada” no constituye un problema importante porque, en su opinión, algo de rechazo es normal en el proceso de socialización. En definitiva, no es propensa a focalizarse en arrepentimientos y sí en oportunidades. Los sujetos arriba mencionados ejemplifican las dos caras, optimista y pesimista, de las estrategias empleadas para estimar los potenciales riesgos, en base a distintas evaluaciones y supuestos.
Las evidencias respaldan la visión general que señala que los individuos con un alto grado de depresión o ansiedad se caracterizan por su mayor aversión al riesgo. Por ende, al analizar el proceso de toma de decisiones en terapia cognitiva, es recomendable evaluar sus creencias respecto a su capacidad de generar resultados positivos, de recuperarse de acontecimientos negativos, de diversificar las fuentes o su sistema de recompensas y su propensión a focalizarse en el arrepentimiento, a menospreciar sus logros y a necesitar una gran cantidad de información para tomar una resolución. Estos factores son elementos fundamentales en la evitación, la falta de perseverancia, el arrepentimiento y la detección de amenazas, como estrategias problemáticas en el manejo del riesgo (Leahy, 1997, 1999, 2001a, 2003). Según este modelo, los individuos consideran numerosas circunstancias a la hora de tomar una decisión o asumir un riesgo, incluyendo: la percepción de los recursos con los que cuentan, la anticipación de futuras ganancias o pérdidas (independientemente de la decisión actual), su capacidad para predecir y controlar los resultados, la generalización de las potenciales consecuencias negativas y positivas, el criterio conforme al cual definen una ganancia o una pérdida, su propensión a autoinculparse o a culpar a los demás, la posibilidad de replicar una “inversión” o una conducta dirigida hacia una meta, el horizonte temporal, la necesidad de información y su aversión o tolerancia al riesgo. Estos temas serán tratados de manera más detallada más adelante, cuando se discutan los modelos optimistas y pesimistas para la de toma de decisiones.
Las investigaciones y teoría sobre la “predicción afectiva” están relacionadas con la toma de decisiones. Este término se refiere al proceso mediante el cual las personas predicen como habrán de sentirse en el futuro, teniendo en cuenta ciertos acontecimientos. Los estudios realizados indican que, a menudo, los individuos sobrestiman hasta qué punto pueden cambiar sus emociones ante un determinado evento—una especie de “sesgo de impacto”. Por ejemplo, si prevemos casarnos o recibir la titularidad de una cátedra, es probable que exageremos el posible impacto emocional—nos sentiremos maravillosamente bien. Esto es así, tanto para los efectos positivos como para los negativos. El efecto de “durabilidad” es una forma de sesgo de impacto, que se refiere a la creencia de que las emociones durarán mucho tiempo. Podremos sentirnos felices—para siempre. Al anticipar el impacto emocional de las decisiones y los acontecimientos, las personas suelen enfocarse en un solo elemento, dejando de lado otros realmente relevantes. Por ejemplo, al mudarnos, podemos focalizarnos en el clima agradable del nuevo lugar, y subestimar la importancia de otros factores que podrían afectar nuestro estado de ánimo, tales como nuevas relaciones, empleos y oportunidades de recreación. Este proceso se denomina “focalismo o anclaje”. En general, en caso de una experiencia negativa (por ej., un divorcio) las personas subestiman su capacidad para sobrellevar dicha situación en el futuro, excluyendo así las nuevas oportunidades y relaciones que pudieran surgir. Esto se llama “ignorancia de los efectos del sistema inmune psicológico” (inmune neglect), es decir que no reconocemos que podemos ser inmunes a los efectos negativos perdurables anticipados. Más adelante, en este mismo capítulo, describiremos breves intervenciones para abordar una serie de errores en la predicción afectiva.
TÉCNICA:
Identificando Metas a Corto y Largo Plazo
A menudo, a la hora de tomar decisiones, las personas se enfocan en demasía en sus objetivos a corto plazo—en especial en sus predicciones sobre cómo habrán de sentirse. Por ejemplo, al analizar la posibilidad de hacer ejercicio, suelen focalizarse en los malestares que habrán de padecer, en la inconveniencia de asistir a un gimnasio y en las actividades menos “arduas” que se perderán por estar entrenando. De este modo, se centran únicamente en el corto plazo; podríamos decir que son “miopes”, porque sólo consideran las consecuencias inmediatas y no pueden reconocer la importancia de los beneficios a largo plazo. Por el contrario, los individuos que sí tienen en cuenta las ventajas a largo plazo, reconocen que las molestias que puedan sentir en el corto plazo son simplemente el precio a pagar por bajar de peso y estar en forma, y que deben mantenerse firmes en esta conducta porque lleva tiempo lograr los resultados deseados. Otra característica del pensamiento cortoplacista es la “exclusión” de las ganancias a largo plazo—es decir, se aspira a una recompensa inmediata. El ejemplo clásico de la prueba de “malvavisco” de Mischel ilustra esta negativa a postergar la gratificación—es mejor comer dos malvaviscos ahora que dejar cuatro para más tarde (Mischel, Cantor & Feldman, 1996). Su investigación demuestra que esta incapacidad de posponer la recompensa ejerce efectos a largo plazo en el rendimiento académico y laboral/profesional.
TÉCNICA:
Estrategias de Compromiso Previo
Muchas personas reconocen que tienen dificultades para tomar una decisión en “tiempo real” si están expuestas a la tentación de actuar de otra manera. Por ejemplo, algunas prefieren que se les deduzca mensualmente una cierta cantidad de dinero de su salario para derivar a una caja de ahorro o de jubilación, dado que reconocen que, de otro modo, podrían malgastar ese dinero (Thaler & Shefrin, 1981; Thaler, 1992). Al reconocer que no puede confiar en su autocontrol espontáneo, el individuo puede planificar por adelantado cómo confrontar las tentaciones. Estas estrategias de “precompromiso” incluyen: débito automático de facturas, deducción automática de una parte del salario para derivar a una caja de ahorro, adquisición de algún abono que lo “obligue” a asistir al gimnasio, contratación de un entrenador que lo haga ejercitarse aunque se sienta desmotivado y configuración de recordatorios automáticos. Opcionalmente, puede comprometerse también a hacerse responsable por el cumplimiento de sus metas ante otra persona—por ejemplo, contarle a un amigo lo que hace como una forma de autoayuda. Otra tipo de compromiso previo consiste en llevar una agenda en la que anote todo lo que se propone hacer, por ejemplo, qué alimentos comer, qué ejercicios realizar, qué método de estudio utilizar. Asimismo, el precompromiso puede incluir recompensas y multas por cumplimiento e incumplimiento, respectivamente, por ejemplo: “Le enviaré un cheque de $10 a una fundación si no cumplo con la conducta pactada.”
TÉCNICA:
Superando el Costo Hundido
La toma racional de decisiones se focaliza en la relación de costos- beneficios futuros, es decir, en la utilidad futura: “¿Cuál será mi ganancia si hago esto?. ¿Y mi costo?” El costo de una decisión es la pérdida de otras opciones—por ejemplo, si viajo a Boston para ver a un amigo, estoy sacrificando la oportunidad de ir a una playa cerca de mi casa. Esta pérdida se denomina “costo de oportunidad”. No obstante, muchas personas se enfocan en un costo en el que ya han incurrido a causa de una acción o compromiso previo (un “costo hundido”) más que en la utilidad futura, ignorando a la vez los costos de oportunidad . Al pensar en costos hundidos, nos centramos en costos pasados más que en utilidades futuras: estamos preocupados por lo que ya “pagamos” por algo, más que en lo que podamos obtener de ese algo más adelante. El costo hundido es una decisión retrospectiva. El ser humano es el único animal que honra el costo hundido (Arkes & Ayton, 1999). Las ratas de laboratorio muestran un brote de actividad cuando se enfrentan a su extinción una vez eliminados los estímulos, sin embargo, aprenden rápidamente a buscar recompensas en otra parte. ¿Por qué las ratas son “más inteligentes” que los seres humanos?. ¿O somos nosotros demasiado inteligentes para nuestro propio beneficio? A diferencia de la rata “racional”, los seres humanos parecemos condenados a reflexionar continuamente acerca de nuestras decisiones pasadas, en un intento por darles “sentido” y justificarlas. La aceptación del costo hundido puede ser explicada por la aversión a la pérdida (no nos gusta la idea o el sentimiento de pérdida- Wilson, Arvai, & Arkes, 2008); la teoría del compromiso (quedamos atrapados en una promesa, sin importar el costo-Kiesler, Nisbett, & Zanna, 1969); la teoría de la disonancia cognitiva (tratamos de dar sentido o de justificar un costo exagerando los beneficios-Festinger, 1957, 1961); la teoría prospectiva y el marco de referencia de las pérdidas (enmarcamos el cambio como pérdida más que como ganancia-Kahneman & Tversky, 1979); el temor a desperdiciar tiempo (queremos probar que continuar el proyecto no fue una pérdida de tiempo y que simplemente estamos esperando que las cosas mejoren- Arkes, 1996; Arkes & Blumer, 1985); y la inacción por inercia—es más fácil dejar todo como está, en parte debido al temor a arrepentirnos inmediatamente después -Gilovich & Medvec, 1994; Gilovich, Medvec & Chen, 1995). En cada caso, la ausencia de recompensa nos desconcierta hasta que finalmente logramos reconocer que es la interpretación del cambio y la “necesidad de explicar” el pasado lo que nos impide desistir del costo hundido.
Analicemos un poco más esto. Existen diversos motivos por los cuales honramos el costo hundido. En primer lugar, tenemos miedo de y ni siquiera queremos pensar que hemos perdido nuestro tiempo o desperdiciado nuestro esfuerzo. Tomemos el siguiente ejemplo: Estoy sosteniendo un billete de $100 y le digo que prefiero quemarlo antes que dárselo a otra persona o gastarlo. Su respuesta inmediata es de indignación. ¿Por qué? No puede tolerar la idea de desperdiciar, aún si no le afecta personalmente observarme quemar mi billete. Y este temor es aún más acentuado cuando pensamos que hemos malgastado dinero en algún traje o desperdiciado tiempo estudiando historia del arte, o perdido dos años en una relación sin futuro. En segundo lugar, podemos creer que necesitamos comprobar que nuestra decisión fue acertada y que desistir del costo hundido implica que nos equivocamos. Tenemos temor de arrepentirnos, así que “cabalgamos las pérdidas” esperando que las cosas mejoren. En tercer lugar, nos preocupa lo mal que nos sentiremos si desistimos de este costo, creemos que nuestra infelicidad será tan intensa que no podremos tolerarla. En cuarto lugar, tal vez no podemos anticipar las oportunidades positivas que puedan surgir una vez que hayamos renunciado al costo hundido. No reconocemos que podrían abrirse nuevas posibilidades tras “hacernos a la mar”. Y, en quinto lugar, quizás nos preocupamos demasiado por lo que pueden pensar y hacer los demás si desistimos de un costo hundido, por ejemplo, criticarnos, culparnos por no haber renunciado antes o considerar que nos rendimos fácilmente.
A menudo, personas inteligentes quedan atrapadas en sus malas decisiones, a las que se aferran con la esperanza de probar que valdrán la pena en el largo plazo. No estoy sugiriendo que los pacientes deban, caprichosamente, abandonar matrimonios, carreras, empleos o incluso donar ese traje o vestido que jamás usaron, sólo propongo que se detengan unos minutos y examinen su grado de compromiso con una decisión previa que aparentemente ya no les reditúa nada, a fin de poder tomar una mejor decisión en el aquí y ahora. Cabe destacar que las buenas decisiones deben apuntar a obtener beneficios futuros y no a justificar motivaciones pasadas.
TÉCNICA:
Modificando el Razonamiento Emocional en la Toma de Decisiones
Confiar en las emociones para determinar riesgos, resultados y alternativas (expresados en términos de “heurística afectiva” o del “riesgo como sentimiento”-Lowenstein, Weber, Hsee, & Welch, 2001) constituye un elemento clave en la problemática de la toma de decisiones. Cuando las personas están ansiosas o deprimidas, suelen utilizar sus emociones para predecir resultados. Por ejemplo, un individuo que debe viajar en avión puede pensar: “Me siento tan ansioso que volar debe ser realmente peligroso.” Cuando alguien le pregunta cómo sabe que es peligroso, responde que no lo sabe, que simplemente lo siente. Esta “heurística emocional “es un factor común en la toma de decisiones, y puede impedir que se asuman riesgos razonables o que, por el contrario, se elija correr riesgos innecesarios (Finucane y col., 2000; Slovic, Finucane, Peters, & MacGregor, 2004). Por ejemplo, una persona puede considerar que una determinada actividad es especialmente gratificante—beber alcohol, drogarse, tener relaciones íntimas sin protección, conducir sin usar cinturón de seguridad—y anticipar que los riesgos serán mínimos (Alhakami & Slovic, 1994). “Si es placentero, entonces es seguro” suele ser generalmente la creencia implícita. La toma de decisiones puede ser más deliberativa o más automática (los procesos “rápidos” o “lentos” descriptos por Kahneman [2011]), y, demorar este proceso puede disminuir el impacto de sus efectos sobre la estimación del riesgo. Asimismo, Peters y Slovic (1996) hallaron que la respuesta emocional a la elección se ve afectada por la percepción de que la amenaza inminente es desconocida, invisible o difícil de determinar. Por ejemplo, el miedo a la radiación o a ser envenenado podría evocar una respuesta más emocional que la amenaza de un accidente vehicular.
La mera exposición a un estímulo produce una aumento de sentimientos positivos, aún en ausencia de contingencias positivas (Zajonc, 1982). Los individuos son más propensos a estimar mayor riesgo o probabilidad de daño al pensar en aquello que los atemoriza (por ej., el cáncer), que al sopesar otras secuelas nocivas (por ej., accidentes) (Slovic, Finucane, Peters & MacGregor, 2007).
TÉCNICA:
Reestructurando el Cambio como Ganancia más que como Pérdida
Un error habitual en el proceso de toma de decisiones consiste en considerar que el cambio significa una pérdida más que una ganancia. En general, las personas sienten aversión a las pérdidas, y por ende, dudan en cambiar, dado que enmarcan la decisión en términos de lo que se pierde y no de lo que se gana. Esto se denomina “teoría prospectiva”, la que sugiere que el marco de referencia de una decisión puede ser más importante que la compensación real. Por ejemplo, la paciente descripta en el caso de costo hundido (véase técnica anterior) visualiza la finalización de su relación más como pérdida que como una puerta a nuevas oportunidades, o un alivio a la situación de impotencia que está viviendo ahora (Kahneman & Tversky, 1979; Thaler, 1992). En consecuencia, puede llegar a elegir la alternativa más riesgosa, es decir, no modificar nada y soportar las peores consecuencias. Quedarse en un relación nociva o preservar un mal hábito suponen un riesgo mayor en el largo plazo
TÉCNICA:
Superando la Evitación del Arrepentimiento
La idea de que el arrepentimiento puede ser intenso, duradero y desmoralizante constituye un factor clave a la hora de decidirse a modificar una conducta o adoptar una nueva. La “teoría del arrepentimiento” sostiene que las personas toman sus decisiones basándose en cómo minimizar un futuro arrepentimiento, subestimando así información más objetiva que podría resultar más relevante (Zeelenberg, van Dijk, Manstead & van der Pligt, 2000). Por ejemplo, un inversor podría tomar la decisión más “convencional” o “popular”—aceptar una apuesta segura o acciones de bajo precio—en vez de considerar las ventajas de otras alternativas más prometedoras. Seguir a las masas es una estrategia de arrepentimiento, ya que, de este modo, siempre se puede decir “No fui el único”. Asimismo, la necesidad de buscar más información, el aplazamiento de la decisión, la búsqueda de seguridad e incluso el dejar la decisión en manos de otros también son formas de mitigar un potencial arrepentimiento. Así, se pueden tomar decisiones focalizándose más en menguar un arrepentimiento eventual que en maximizar las posibles ganancias. Tal como se mencionara en la discusión sobre la toma de decisiones en la depresión, el arrepentimiento puede ser visto como una fuente permanente de rumiación y autocrítica, y, por ende, ocasionar un alto costo traducido en decisiones “fallidas”.
TÉCNICA:
Decisión para mi Yo del Futuro
Un problema frecuente en la toma de decisiones es la preferencia que se le da a una pequeña recompensa a corto plazo por sobre otra mayor a largo plazo. Analice esta cuestión en términos de un modelo de inversión. Puede invertir en hacer ejercicio físico durante un año con una cierta constancia, teniendo como meta a largo plazo, mejorar su salud general, su estado físico y su silueta. No obstante, también puede elegir enfocarse en la gratificación a corto plazo, comiendo comida chatarra, bebiendo y holgazaneando en casa. Ya hemos revisado algunas de estas cuestiones al tratar el tema de preferir recompensas a corto plazo antes que mayores beneficios a largo plazo—una especie de “descuento temporal”—es decir que se descuenta el valor de una meta futura simplemente porque tiene que esperar más tiempo para ver los resultados. Es como decir: “Prefiero quedarme ahora con $10 en vez de tener $20 dentro de un año—“pagando” una tasa de interés del 100% para obtener estos $10. (Considere qué pasaría si tomara un préstamo con una tasa de interés del 100%; Ersner-Hershfield, Garton, Ballard, Samanez-Larkin, & Knutson, 2009; Hershfield, Goldstein, Sharpe, & Fox, 2011). Esto ocurre porque somos proclives a valorar más a nuestro “yo” del presente que a nuestro “yo del futuro”. La técnica de “decisión para el yo del futuro” revierte este enfoque.
TÉCNICA:
Diversificando las Fuentes de Recompensa
Reconocer que existen diversas fuentes de recompensa o conductas potencialmente positivas es un factor clave dentro del proceso de toma de decisiones. La percepción de las personas a la hora de involucrarse en una amplia variedad de actividades positivas y de crear nuevas oportunidades es un indicador de su disposición a asumir riesgos (Leahy, 1997; Leahy, Tirch, & Melwani, 2012). Por ejemplo, si creen que ya tienen una buena vida social, pueden estar más dispuestas a acercarse a otros sujetos en un evento social—están menos “desesperadas”, menos necesitadas. Pueden arriesgar algo que no anda bien. Algunos pacientes pueden decir: “Si esta vez no funciona, entonces no tendré nada” o “Nunca funcionará”. En cambio, si creen que están “diversificados”, que tienen muchas fuentes de recompensa y el potencial para crear otras nuevas, entonces serán menos proclives a desmoralizarse por algún traspié en cierta actividad, dado que tienen otras fuentes de recompensa a su disposición.
El terapeuta podría explicar esta idea de la siguiente forma: “Imagine que invirtió todos los ahorros de su vida en una sola acción, que ahora es muy volátil, por lo cual su valor sube y baja todo el tiempo. Eso lo haría sentirse sumamente ansioso. En cambio, suponga ahora que sus ahorros están diversificados en 10 distintas acciones, y en otras inversiones en propiedades y bonos. Si bajara el valor de alguna de ellas, eso no significa que disminuirá el precio de todas las demás. Esta “diversificación” proporciona la confianza necesaria para asumir determinados riesgos. “Si trasladamos esto a la toma de decisiones, el individuo puede animarse a arriesgarse y cambiar si piensa que tendrá a su alcance una amplia variedad de fuentes de recompensa, tanto en el presente como en el futuro.
TÉCNICA:
Comparando Riesgo contra Riesgo
Muchas personas dudan a la hora de tomar una decisión porque creen que hay riesgos implicados, y que al no decidir, no tendrán que asumirlos. Tomemos el caso de la joven que piensa que será rechazada y, por ende, humillada, si se acerca a alguien en una fiesta. Se está enfocando en el riesgo de actuar más que en el potencial riesgo de no hacerlo. En virtud de esta estrategia, decide esperar mucho tiempo hasta “sentirse cómoda” y buscar el momento adecuado y signos que le indiquen que la otra persona está interesada, o bien aguardar a sentirse más confiada. No obstante, mientras espera, la oportunidad puede desvanecerse y así perder la chance de conocer a una persona interesante. Al momento de tomar decisiones, es aconsejable comparar los riesgos que conllevan tanto el decidir como el no hacerlo. No existen alternativas libres de riesgo, de modo tal que el individuo necesita sopesar el costo de oportunidad perdida que acarrea la indecisión.